La mirada perdida de su ser le delató...he aquí la historia de un niño grande que padecía de la capacidad comunicativa que nos une a todos los seres humanos, como animales que somos. A veces, nuestra preciada “joya”, la racionalidad, la inteligencia y el pensamiento nos llevan a conductas que no nos son innatas; este es el caso de los comportamientos autodestructivos.
Y es que aquella cara angelical poco podía hacer suponer el tormento que entrañaba.
Su inteligencia fue su enemiga y al mismo tiempo, desapareció cuando más la necesitaba, cuando requería la racionalidad, la coherencia suficiente como para mantener sus actos una y otra vez; tristeza sintió al afrontar las consecuencias. Su cuerpo resultó dañado, debilitado en lo más hondo pero su mente era lo que más intranquilizaba a los que le queremos.
Durante su existencia siempre estuvo debatiéndose en la continua lucha entre su vida y su muerte.
¿Por qué pudo desear alejarse de todo y todos para siempre? ¿Cómo pudo llegar a tal extremo?
Y lo peor, ¿cómo pudo llegar a sentirse tan solo, teniendo a su alrededor personas y no “gente” que le quería y sigue haciéndolo? ¿A caso nos ignoraba de manera involuntaria, indeseable e inevitable?
Supongo que adoptó la posición más cómoda, fácil y cobarde, pero... ¿A caso puedo yo juzgarlo sin antes conocer sus razones, motivos o “deplorables circunstancias” que le conllevaron a tan desacertada situación? ¿Fue una decisión o una “imperiosa necesidad”?
Él se arrojó al abismo de la muerte que sólo conocen quienes la habitan y, si bien pudo alcanzarlo, hubo redes amorosas que lo atraparon a tiempo, antes de que lograra sus propósitos.
Y ahora, ¿qué?¿cómo ve la “vida”?¿Vida?¡Qué significado tan diferente al de los demás debe tener él!¿Carece todavía de este?¿Sabrá afrontar que el sentido de la vida suele ser incierto y confuso para todos, aunque para algunos resulte más o menos difícil?¿Podrá entender que en el juego de la vida no sirven las trampas ni los fraudes, que no existen los afortunados tocados por el divino índice, sino seres desorientados que hallan uno u otro sendero?
Si pudiera...si él quisiese compartir con los demás sus “transcendentales conflictos” podría encontrar una base de la que partir, de la que poder mejorar o al menos aliviar el dolor que cualquiera encierra cuando uno solo carga con todo lo que esta “vida” comporta: preocupaciones, obligaciones, felicidad y aflicciones...pero, ¿no es este el “precio” por estar en este mundo?¿No debemos todos afrontar las trabas que nos plantea el hecho de seguir respirando milésima de segundo por milésima de segundo?¿No demostró inmadurez o poca resistencia? Aunque, debo admitir que quizás él tuviese “sobrecarga”, pero ¿cómo poder valorar quién tiene más o menos problemas que resolver, más o menos trampas que esquivar?
El mayor problema es ser una persona “demasiadodiferente” o peculiar, tener una dosis de inteligencia y ganas de ejercitarla inmensas y una especial propensión hacia ese estado anímico, más bien bajo, al que se suele denominar depresión; todo esto combinado con esa etapa de transición y perturbaciones constantes que es la adolescencia. Ese paso de niño a adulto. Afrontar la “vida”...
Y es que los grandes genios, ofuscados en hallar una respuesta a esta existencia se sintieron, sino toda su vida, gran parte de ella, aislados de la “gente”, refugiados como viejos ermitaños entre sus pensamientos y meditaciones, excluidos de todo lo considerado “normal” pero no de lo mundano donde tropezaron múltiples veces. Ese fue el problema, sus devaneos con el lado oscuro de la genialidad.
Dolor, déjame en paz...Siento un malestar indescriptible que me oprime el pecho y que no me permite respirar. Me ahogo... Siento nauseas y a mi alrededor no logro encontrar un punto de sujeción, un punto de apoyo...un salvavidas alrededor de mi tórax que lo único que consigue es presionar más y más sobre mi escuálido cuerpo, transgredido por todo exceso, por todo mal.
El hilo musical es el de siempre, aquel al que nos tienen acostumbrados y que no hace otra cosa que convertirse en un molesto zumbido que llega hasta nuestros oídos con interrupciones esporádicas a causa de su pésima calidad sonora.
El metro...me deprime; bajo tierra y repleto hasta rebosar de almas sin rumbo, de almas desesperanzadas, de muchos que lo eligieron como el lugar “idóneo” para lanzarse a los brazos de la muerte en esas vías frías por las que pasa la estruendosa máquina que nos aprisiona durante largos e interminables minutos.
Hoy no es mi día, por lo general no suele serlo aunque, tal vez, debiera convertirlo en lo que se suele llamar el principio del fin; bueno, en este caso, de “mi fin”...Llevo mucho tiempo dándole vueltas en la cabeza, aunque jamás pensaba en ello como algo serio que fuera a ocurrir realmente. Creo que esta situación ya no se sostiene de ninguna de las maneras posibles, debo escapar, huir a un mundo mejor o, al menos, seguro que mejor que este será.
Me siento. El banco de piedra está helado, como yo. A mi lado hay dos cotorras genuinas que hablan sin cesar sobre sus maravillosos y estudiosos hijos que hacen carrera en la gran ciudad y a los que han venido a ver. Mis padres jamás se han mostrado orgullosos de mi, quizás piensen que no hay motivo alguno...quizás tengan algo de razón. ¿Quién soy yo? Yo, que me creía “alguien”.Ingénuo! Tengo tanto a reprocharme...y tanto a reprocharles,también.Y como brotó la impotencia y la decepción el día que llamé a mi padre porque hacia tiempo que no sabia de él; el sonido del auricular al descolgarse y la pronunciación de un “¿Diga?” desconocido, irreconocible, de una voz de mujer que jamás había oído fueron suficientes para comprender que la barrera que existía entre mi padre y yo había adquirido unas dimensiones que difícilmente yo podría salvar...Y, sin embargo, le sigo queriendo. Le añoro.
A lo lejos se oye el desagradable ruido de unos walkmans a tope de música “máquina”. Todas las miradas se dirigen a un chico alto, de piernas arqueadas, con un corte militar y unas botas que parecen sacadas del “Comando Patos Salvajes”; él, ausente e imperturbable ante las miradas de los extraños del andén, mira a lo lejos con cara de pocos amigos y sigue con su horrible sonido recorriendo el sucio suelo. Poco a poco empieza a acercarse más hacia mí. Rezo porque no se siente en el hueco de mi izquierda porque no soportaría esa carga de más.¡Ja! Para variar mis plegarias han ido a para a oídos sordos; me siento tan ignorado y encima ese ruido me empieza a taladrar de mala manera, mi tímpano vibra con fuerza y clama por algo de compasión.Tengo la sensación de que mis orejas van a estallar. ¡No comprendo cómo las suyas no lo han hecho ya!Lo más seguro es que desde hace tiempo no oiga nada, debe tener atrofiado el oído.
En el fondo a él le pasa algo parecido a mí y a muchos de los que estamos en el metro. Él también está alejado de este mundo y, en cierto modo, todos nos hallamos aislados del mundo que nos espera ahí fuera y no precisamente estamos aislados por unos simples metros de tierra. ¡Ojalá todo se redujese a algo tan sencillo! La verdad es otra, que se oculta en cada rostro, bajo barreras infranqueables que sólo algunos pocos logran atravesar y ni psiquiatras ni psicólogos tienen la llave maestra que abra todas esas puertas que en su interior esconden enormes y resistentes pestillos que nada más sus habitantes pueden mover para dejar el paso libre.
El espejo me muestra el reflejo de mi mirada perdida, parece intuir que me espera un duro cara a cara contra “alguien” que se debate entre este mundo y el de más allá...más allá de sus expectativas. ¿Por qué será tan necio? ¡Loco soñador! Siniestro ser...
A pesar de todo, me miro e intento hallar en mi rostro algún resquicio que muestre alegría, la complacencia o la ilusión de vivir que a él le hace falta encontrar en “alguien”, alguien como yo.
Debo demostrarle que no todos andamos tan perdidos en un mundo de tinieblas e invadiente oscuridad. Así que tendré que actuar o, más bien, exagerar la verdad; aunque es, en estos momentos, cuando dudo de todo e incluso llego a pensar ¿tendrá razón? ¿No seré yo la confusa que se comporta hipócritamente? Quizás...
...
El metro. Apesta. La iluminación apagada de la vieja linea. ¡Debí coger la linea nueva! Calor, asfixia y mi cuerpo sudoroso se queja de la falta del aire acondicionado.
Mi estado de ánimo me hace ver todo desde una nefasta perspectiva, hasta el color del vagón es de un verde carente de la luminosidad que representa este color: la esperanza y, en estos momentos, podría significar la esperanza perdida, la fe en esta vida que él necesita recuperar. O a lo mejor él no la necesita, ¿no estaremos todos obligándole contra su voluntad a aceptarla? Yo no quisiera imponerle una “felicidad” indeseada ni una fe irrecuperable en su existencia, sin embargo, no deseo dejarlo ir al regazo engañoso de la muerte.
Será mejor que me siente y deje descansar a mis aturdidos pensamientos...
Todavía faltan varias paradas antes de llegar al hospital. Alguien entra en el vagón y tengo la extraña sensación de que “ese alguien” me observa. Por desgracia tengo el acto reflejo de mirar y establecer contacto visual.¡Maldita sea! se ha sentado a mi lado.Se trata de un hombre al que se le podría calificar de tipo raro, de apariencia de “viejo verde”, que me observa con sus repulsivos ojos saltones, dirigiendo miradas lascivas que me intimidan. Deseo que llegue la parada; estoy muy incómoda y el contacto de su piel rozando mis brazos me resulta de lo más desagradable, no ceso de pensar “Apártate de mí, déjame en paz”. Hasta que al fin recobro fuerzas y ahora soy yo quien le dirige una de mis más bordes y penetrantes miradas gélidas que parece impresionarle lo suficiente como para que sus ojos dejen de examinarme...
Después del incidente del metro ya nada puede perturbarme, me siento preparada para afrontar la visión de mi destrozado amigo.
Después de nuestra última conversación da la sensación de estar más tranquila, espero que su tranquilidad no desaparezca al verme. Tengo miedo de que mi estado la impacte y se lleve una impresión negativa.
El hospital. Habitación 766. Extensión “Psiquiatría”. El piso séptimo y ya el nombre de la planta con letras grandes y firmes me perturban. Espero ser fuerte...
Cuando salgo del ascensor veo que hay unas puertas de cristal cerradas, así que llamo y por el interfono la enfermera me pregunta el nombre del paciente al que vengo a visitar. Le respondo imperturbable; y el zumbido me alerta de que ya puedo pasar. Resulta ser todo tan tétrico, tan decadente...
Es increíble, le tienen realmente encerrado.
Aun recuerdo la noche en que me llamó desde su prisión para darme la noticia. Quería que supiera lo que había sucedido por él y no por una tercera persona. También recuerdo que aquella desafortunada noche únicamente supe decirle “¿Por qué?” Y su silencio fue atormentador, tan desalentador que pensé que si ya lo había intentado ahora poco le importaría todo lo demás. Después me respondió que se encontraba solo, que no tenía nadie con quien hablar aquel trágico día, que necesitaba huir, escapar de todo. Y yo le dije con el último hilillo de voz que me quedaba que ahora ya no tenía excusas, que cuando le fuera a ver me tendría a mí para charlar y, que jamás debió pensar que no tenía a nadie. Tantas veces le pregunté en el pasado qué le ocurría y siempre me contestaba que ya hablaríamos de ello algún día, pero ese día nunca llegó, nunca me explicó sus problemas o no quiso mostrármelos para que de esta manera yo le intentase ayudar.
Y su voz se apagó como la llama de un farolillo...y tan sólo escuché el terrible sonido de su llorosa voz que se despedía pero no sin la ilusión de verme. Por eso estaba yo en este lugar ahora, yo estaba por mi buen amigo.
El pasillo interminable llegó a su fin, al igual que el mar de incertidumbre en el que me encontraba. ¿Cómo estaría físicamente? Y lo más importante, ¿cómo estaría de trastocado su estado mental? Todo suena tan mal...
La puerta se hallaba entreabierta y bajo la atenta mirada de la enfermera que controlaba todos sus movimientos, tal y como más tarde pude advertir, me dirigí con decisión a abrirla, a penetrar en el limbo en que le hallé: perdido.
Lo primero que vi fue una espaciosa habitación y tendido en un sofá le encontré. No se percató de mi presencia hasta pasados unos instantes. La expresión de su cara hizo que un escalofrío me recorriera el cuerpo, estaba conmovida y un sentimiento de júbilo y mezcla de desasosiego me invadió. No sé por qué. Su sonrisa cansada denotaba la alegría de verme, sin embargo, era diferente a la de antaño. Realmente algo había cambiado y la profundidad de su mirada estaba ausente, en paradero desconocido por todo ser viviente. Y yo me pregunto: ¿Qué pudo conducirlo a semejante situación?
No se levantó, pero hizo un ademán de intentarlo. Estaba tan débil...Emocionada como nunca le di dos besos y le abracé con todas mis fuerzas; él hizo lo propio con las pocas que tenía. Sentí su cuerpo demacrado sobre el mío. Siempre había sido delgado pero no tanto como ahora. Estaba tan desmejorado, tan pálido y con aquel viejo pijama. Era todo tan penoso. ¡Jamás en mi vida estuve tan alterada! Cuando aparté mi cara de su pecho le miré y al acariciarme el pelo observé, sin querer (¡Ojalá no lo hubiera visto!), tres señales que me hicieron estremecer. Tres marcas en su muñeca ¿Por qué?!! En mi interior no pude evitar lanzar un grito amargo de espanto y horror, pero debía reprimirme delante de él.
Le acaricié los débiles y largos brazos y le cogí de las huesudas manos, le cogí fuertemente, no quería soltarle, era como si quisiera impedirle que se fuera. No pude evitar murmurarle “tontorrón, debiste acordarte de mí...” Y su sonrisa volvió a invadir aquel rostro que algún tiempo atrás poseyera mi amigo.
De repente habló, únicamente repitió mi nombre multitud de veces hasta que se tumbó todo lo largo que era apoyando su cabeza en mis piernas; mis manos le acariciaban el cabello y él no cesaba de murmurar mi nombre y de decir “recuerdas aquel día en que...” y con una vocecilla que se perdía me relataba tantos buenos momentos que habíamos pasado juntos, como si yo no los recordase. El buen sabor de boca que le dejaban aquellas vivencias parecían hacerle rebrotar algo las ganas por permanecer más tiempo entre nosotros. Su relato terminó en un suspiro y entonces fueron sus brazos los que me rodearon y su cabeza la que se inclinó despacio sobre mi pecho. Continué acariciándolo y dándole besitos en la cabeza hasta que como un niño pequeño se puso a sollozar y entre lágrima y gimoteo me explicó unos extraños motivos y razones que no pude comprender del todo. Quisiera tanto entenderle. Quisiera que su savia volviera a fluir contundentemente e hiciera recobrar el aliento nutritivo y trascendente que todos anhelamos en nuestro interior.
Mientras le tenía acurrucado en mí pensaba en lo enternecedor de su semblante...su pelo alborotado, su pijama desgastado, su piel carente de color y brillo, sus amargas lágrimas de inocente ser confuso que se unieron para probar mi aguante, que poco a poco desfallecía ante tal situación.
La abracé y al apartarme noté como su mirada se fijaba en los cortes de mi muñeca y sentí como se estremecía ante tal descubrimiento.